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Muertes chiquitas

Todos los días morimos un poco. Este año yo tuve una muerte grande y después unas chiquitas. La primera me enseñó a morir con fuerza, sin anticipación, con mucho dolor, con dificultad para afrontar la pérdida, sin embargo. Aprendí.  Con el tiempo, me permití aprender a morir, experimenté con mi propio corazón. No estaba dispuesta a morir de nuevo con una pérdida, no así. Sentía que estaba demasiado atada, muy vinculada, no sabía como desapegarme, disfrutar el momento no era mi ideal de vivir, lo quería retener todo, aún cuando mi memoria es mala y en ocasiones no puedo recordar, ni lo que hice ayer.  Me desbaraté la mente, el corazón, la piel, las entrañas. Todo. Me llevé al límite y justo donde terminaba me alegraba porque había ocurrido y terminado. Casi como si su belleza estuviera de la mano con la fugacidad de su existencia.  Existencias bellísimas fueron testigos de este generoso plan. A todos les amé, les disfruté, les aprendí y deje ir. De cada uno me l...