Muertes chiquitas

Todos los días morimos un poco. Este año yo tuve una muerte grande y después unas chiquitas. La primera me enseñó a morir con fuerza, sin anticipación, con mucho dolor, con dificultad para afrontar la pérdida, sin embargo. Aprendí. 

Con el tiempo, me permití aprender a morir, experimenté con mi propio corazón. No estaba dispuesta a morir de nuevo con una pérdida, no así. Sentía que estaba demasiado atada, muy vinculada, no sabía como desapegarme, disfrutar el momento no era mi ideal de vivir, lo quería retener todo, aún cuando mi memoria es mala y en ocasiones no puedo recordar, ni lo que hice ayer. 

Me desbaraté la mente, el corazón, la piel, las entrañas. Todo. Me llevé al límite y justo donde terminaba me alegraba porque había ocurrido y terminado. Casi como si su belleza estuviera de la mano con la fugacidad de su existencia. 

Existencias bellísimas fueron testigos de este generoso plan. A todos les amé, les disfruté, les aprendí y deje ir. De cada uno me llevo un hilo en mi telar. 

 Me llevo tantas cosas. Las pláticas borrosas, los ojos de Horus sobre nosotros, la plenitud de la luz en Domingo y esas arrugas de tus ojos que me trazaron tanta felicidad. Lamento no haberme quedado, siempre huidiza. Pero te llevo conmigo, siempre.

 Eres el beso arrasador al entrar en la habitación, si pudiera recordar algo de ti, sería un beso muy apasionado. Esos ojos. Jamás vi unos tan lindos. Eres casa y abrazo por las noches. Casi falla mi plan por ti. Afortunadamente la geografía separa lo que el cuerpo no es capaz de hacer. Mi deseo, siempre.

 Fuiste la mano que ayuda siempre, el compañero ideal, el que hace que el tiempo pase y nos engañe pensando que ya he pasado cinco años contigo. Mi agradecimiento, siempre.
 El amigo primeramente, el honesto. Casi tan parecidos, que a veces me preguntaba si me veía o te veía, espejo. Calor y abrazo sincero, mi cariño, siempre. 

El retador, fuiste sin saberlo el que más eco tuvo en mí, aunque nunca compartimos más que nuestras mentes y almas. ¿eso es mucho, no? Amé cada reto, la honestidad, el amor desmedido. Los libros y la vida que me inyectaste. En mi memoria, siempre.

Esos ojos. Podría haberlos visto para siempre. Esa boca. Perdición absoluta fuiste. Dolor, también. El único que hizo un hueco. Recordaste el propósito de todo cuando lo estaba perdiendo. Mi entrega, siempre.

A todos les amé. Amé lo que fui y quienes fuimos. Aprendí a amar con intensidad, a disfrutarlo con extrema felicidad, a llorar un minuto por la partida y a comenzar de nuevo, renacida con su amor y sus enseñanzas. Aprendí a morir y renacer, para volver a comenzar. 


Suya, siempre. 

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