ÍDEM
Creo entender tu mente, ahora.
No es narcisismo lo que me hace poner estas letras aquí y ahora, sino entendimiento. Lo que más lamento de esa historia sin comienzo y sólo con final. Es su anticipada muerte, la muerte que tú decidiste dar. La muerte que por karma me tocaba.
Algunas veces se sabe el final de una historia y aún así se ruega porque los personajes vayan en contra de su naturaleza y cambié de último momento el final, nunca es así. Hay cosas que se deben probar con los dos pies dentro, con el agua hasta el cuello, con palabras ahogadas en desesperación y frustación, de otra manera, no se aprenden.
Yo sabía que tu alma era joven aún, que las heridas no había tocado su raíz, que el dolor no había penetrado tu herida más sangrante. Tus ojos se veían vivaces, tus pasos lanzados al vacío, sólo anticipaba tu falta de sombras y añoranzas. De un pensamiento donde el arrepentimiento y el dolor de lastimar y lastimarte no había hecho estragos.
Sabía que mi alma vieja y herida no podía esperar más que aprendizaje. Y así fue. Aprendí y toqué ese dolor que hace años causé de la misma manera que vos. Uno no aprende en cabeza ajena, uno no hace suyas palabras que aún no siente y no aprende cosas que no ve y siente. Los ojos no ven, lo que no conocen.
¿Tu delito? Ninguno. Destiempo. ¿Mi delito? Destiempo. Se aprende dejando la piel de niño y aprendiendo a meterse en la piel de hombre, tomando las riendas de nuestros actos, amando con decisión y sin excusas, sabiendo lo que tenemos desde el momento que lo vemos y no cuando camina en un sendero que ya no es nuestro y al que sólo tenemos acceso como espectadores.
¿Tu condena? Ser eso y no más. Un espectador de la vida de la persona que alguna vez te la entregó envuelta en esperanza y ganas. ¿Mi condena? Exactamente la misma que tú.
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